domingo, 1 de diciembre de 2013

TEATRO NEOCLÁSICO

Durante el siglo XVIII el influjo de la Ilustración, que consideraba irracionales las manifestaciones barrocas, origina el neoclasicismo, movimiento estético que imitó las formas del arte clásico de Grecia y Roma.
En la literatura española producida en esa época, predomina el didactismo, es decir, el afán de instruir y enseñar, los escritores pretenden con sus obras enseñar a las gentes a practicar virtudes. Por ello usan un lenguaje muy claro y unos personajes muy simplificados.
 En cuanto al teatro, a lo largo del siglo XVIII éste  fue un espectáculo muy frecuentado, tenía muy poca calidad pero  un amplio repertorio para el entretenimiento. Es a partir del último tercio del siglo, cuando los escritores neoclásicos defendieron un teatro realista, de carácter educativo y basado en la preceptiva aristotélica de las tres unidades de espacio, tiempo y acción.
 Los teóricos crearon reglas estrictas: una obra sólo podía tener una trama, la acción debía desarrollarse en un periodo de veinticuatro horas y en un solo lugar.  Destacan como dramaturgos neoclásicos Luzán con su obra  La  virtud coronada; Gaspar Melchor de Jovellanos con  El delincuente honrado y Leandro  Fernández de Moratín con El sí de las niñas.
Éste último es considerado como el principal dramaturgo español del siglo XVIII, el único que logró un triunfo para la comedia neoclásica.

                          
   LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN (1760-1828)
Hijo del escritor Nicolás Fernández de Moratín, desempeñó varios cargos públicos y viajó por Francia, Inglaterra e Italia. Compuso poemas de orientación neoclásica, entre los que destaca la Elegía de las Musas. En prosa escribió La derrota de los pedantes (sátira contra la pedantería en los ambientes literarios) y Orígenes del teatro español (estudio sobre el teatro anterior a Lope de Vega).
        En teatro sigue las normas aristotélicas, se inspira en la realidad social y sus problemas y ridiculiza los prejuicios y errores de la sociedad. Sólo escribió cinco comedias originales.
 En el viejo y la niña desarrolla el tema de la libertad de la mujer para elegir marido, en  El Barón trata el tema del mestizaje social, desde una óptica ilustrada. En La mojigata Moratín continúa con su análisis personal del problema de la educación femenina en sus repercusiones sociales. En La Comedia nueva o el café ridiculiza satíricamente la comedia heroica, forma teatral tan popular en la época.
Fue con  El sí de las niñas  la obra con la que obtuvo mayor éxito, en la cual critica con gracia los casamientos de conveniencia entre chicas muy jóvenes y ancianos.

EL SÍ DE LAS NIÑAS
Doña Irene ha concertado un matrimonio para su hija Doña Francisca, una joven de 16 años, con un burgués de 59 años, Don Diego. Con el fin de salir de la ruina económica. La muchacha, que ha sido educada en un convento, se siente presionada a obedecer a su madre, pero está enamorada de un joven militar, Don Carlos,  con el que se encontraba furtivamente ayudados por sus criados.
Don Diego pregunta continuamente si Doña Francisca está de acuerdo con esa unión, ella no se atreve a contrariar a su madre, pero envía una carta a su amado, para contarle lo que sucede.
Sin pensarlo, Don Carlos decide ir al rescate de su amada y a enfrentar a su rival, pero al llegar descubre que éste es su propio tío, por lo que  se siente obligado a renunciar a su amor. Cuando Don Diego se entera de que su sobrino y su  prometida están enamorados, se da cuenta de que casarse con la joven iría en contra de un orden racional y natural, toma la decisión sensata de renunciar al compromiso y apoyar a los jóvenes para que se casen. Realiza una crítica a la funesta educación que se les da, con la que se les obliga a obedecer y a acallar sus decisiones y sentimientos.


Con esta obra Moratín intenta y desde luego consigue, hacer pensar, educar moralizar a la sociedad, lanzar una crítica llena de sentido y absolutamente necesaria para  su contexto cronológico y social. Moratín nos da una muestra clara del teatro neoclásico, con su fin didáctico-moral y su regla de las tres unidades, es  además,  una obra entretenida que vale la pena leer

Mónica H.

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